El Dado de la Fortuna
¡Clinc, clinc!, hacía el dado rebotando dentro del cubilete. Adán lo agitaba de forma rutinaria con la mirada fija en la pantalla; era el único ruido que rompía el silencio de la sala. La noche había dejado las estrellas fuera de la zona de control. Era el ama del aburrimiento habitaba entre las cuatro paredes del habitáculo.