La mariposa revoloteaba caprichosa por la cocina: de la tostadora a la cafetera de la cafetera a la licuadora; Violeta también, sin percatarse de la presencia de la compañera volátil. En el calendario la brisa tórrida de un verano, sin tarjeta de visita, derretía los últimos días de una primavera húmeda.

Hacía ya una semana que Violeta desayunaba en la cocina con la puerta del jardín abierta. La intrusa se posó encima del hombro de la anfitriona atraída por el brillo del tirante de seda verde de la camisola; fue entonces cuando Violeta advirtió su presencia. La apartó de un manotazo. El insecto permaneció unos instantes delante de ella, como levitando. Violeta, a su vez, mantuvo la mirada en el aleteo de color fucsia que la desafiaba.

Después, movida por una fuerza invisible, salió al jardín; sus pasos la llevaron hacia un rincón donde no solía ir. En la superficie del terreno destacaban pequeños montículos, todos con su lápida. El césped estaba plagado de un espléndido vergel. A ella le sorprendió el color y la variedad de las flores, no recordaba otra primavera igual.

La idea de substituir el pequeño huerto urbano que, con tanto mimo, había cuidado su ex marido antes de largarse de casa, por un cementerio de recuerdos la tuvo el día que se dijo a sí misma y en voz  alta: ¡basta! ¡Basta de lamentarse! ¡Basta de comer chocolate! Basta de vivir atrapada en el pasado! Enterró las fotos y el anillo de boda donde antes habían cultivado tomates. Después se registró en una conocida web

Aquella mañana calurosa de finales de mayo, aunque Violeta quiso escapar de todos los recuerdos que eternamente dormían bajo tierra, el espíritu del skype con James se apoderó de ella.  Sentada en una de las piedras, que dibujaban un círculo alrededor de las pequeñas tumbas, Violeta acariciaba el tejido de seda verde que cubría su vientre. Todo había sucedido muy rápido: una sugerencia, unas fotos, un intercambio de sonrisas, el primer e-mail y la lluvia de WhatsApp: You are amazing… Hi, Honey! Good mooring my sweetie! Good night my angel! I love you, love you. Love.

A Violeta entender el significado de las palabras cariñosas de James no le importaba, le bastaba con la entonación para identificarlas. Sin embargo, de vez en cuando, una palabra se traducía nítida y clara en su mente aportándole la información clave que necesitaba. A los pocos días ambos concretaron el primer encuentro cara a cara, on line. Violeta estrenaba la camisola de seda verde. La presencia de James había abierto en el alma de ella un espacio de ilusión que durante demasiados años estuvo en penumbra.

En un clic el rostro de James se apoderó de la pantalla.: Hi! My Sweetheart! Balbuceo él mientras desenvolvía, lentamente, una tableta de chocolate. Ella le miraba en silencio intentando descubrir, rasgo a rasgo, al hombre que había visto en la foto. Él llenaba el vacío lamiendo un pedazo de chocolate, con el gesto la invitaba a participar del festín. Violeta intentó gestionar la situación preguntándole acerca de su vida y sus intereses. James, dando un descanso a la degustación, le regaló una tormenta de palabras edulcoradas. Violeta, emocionada y sorprendida, no llegaba a comprender el significado de tanto elogio. Las frases llegaban entrecortadas y temblorosas. Mmm! The chocolate isn’t as sweet as you. Ah! El chocolate, tradujo ella y buscó con la mirada la tableta que él tenía de nuevo entre las manos.

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En ese momento sintió el deseo de corresponderle, pero no fue capaz de pronunciar ningún vocablo. Intentó acariciarle el rostro tocando levemente la pantalla. James esbozó un corazón con la comisura de los labios. Fue entonces cuando los píxeles, aliándose con él, navegaron ansiosos para dibujar un beso, con sabor a cacao, en la pantalla de Violeta. Ella, con los ojos cerrados y los labios rozando el cristal de la computadora, repitió el mimo que acababa de recibir. Muac! El eco suave resonó entre las paredes de la habitación vacía.

La imagen de Violeta apareció temblorosa en el ordenador de James; skype no era infalible. Ignorado los límites de la informática él retomó el hilo de su voz: please say me: I love you…Honey , please . Violeta optó por el silencio, las palabras la envolvían: My lovely angel, my Sweetheart… I had good sex with you. Los ojos de ella se abrieron de repente: good sex! Sexo. Tenía amigas que lo hacían habitualmente. Pero, sin haber olido ni una sola vez su piel? Miró la pantalla, James estaba con el torso descubierto, lamoteando de nuevo el chocolate.

Sin preámbulos Violeta desconectó. Acto seguido envió un WhatsApp: Sorry! My sun shine! I haven’t got a good signal! El garabateó un: don’t worry my love, next month I’m going to Barcelona and we will meet. Y añadió: Can you send me your address? Tras la despedida, el frío del invierno se coló debajo del edredón de la cama de Violeta, impregnando de escarcha las sábanas. Sin embargo su corazón latía cálido cobijado por las brasas que James había encendido. Antes de dormirse acarició la camisola verde y buscó el placer entre los recovecos secretos de su cuerpo.

La mariposa de alas fucsia saltaba de flor en flor en el pequeño cementerio de recuerdos. Violeta seguía sentada en la misma piedra con la mirada perdida. Hacía recuento de las palabras que James había mandado por e-mail; la historia sobre su vida.

La caja con el logotipo de la empresa: ”Love her with flowers” llamó al timbre de su casa dos días después del Skype. Sazonada como estaba con tantas palabras dulces que él no cesaba de repetir, el efecto flowers caló en su corazón rompiendo la coraza emocional y se sintió querida por esa voz que surcaba el mar para salvarla de tanto desamor. En un intento de escapar del recuerdo y aferrarse al presente, miró a la mariposa que seguía aleteando en el jardín. El paisaje floral la atrapó en un déjà vu y no pudo escapar de revivir aquel momento del pasado. Sus labios empezaron a balbucear esa vieja canción que su madre solía tararear:

“…quien la mandaba flores por primavera

Quien cada nueve de noviembre

Como siempre sin tarjeta

La mandaba un ramito de violetas”.

Violeta busco el jarrón de cristal de Bohemia de la abuela, las flores se merecían el honor de reponerse del largo viaje al abrigo del bello cristal. Después envió un cariñoso whatsApp a James, para agradecérselo. Encerrada en la cocina con todos sus utensilios de repostería amasó y horneó, paso a paso, un pastel red velvet con forma de corazón. Buscó una empresa de mensajería que aceptara enviar un paquete tan delicado y la envió a las señas que él le había facilitado.

Emocionada canceló todas sus citas en la agenda y dedicó la tarde a buscar el camisón de encaje más sensual que fuese capaz de encontrar; le apetecía otro encuentro virtual, se lo propuso al llegar a casa. Aquella noche, James llamó por teléfono. Entre la letanía de palabras amorosas, a Violeta, le pareció entender que  le hablaba: de su hija, de su nieto enfermo, de la factura del hospital, del dinero que le hacía falta para pagarla y del préstamo que su Spanish lover, daba por hecho, le  ofrecería.  Antes de colgar, dudando de la veracidad de su traducción, le pidió, a la voz, que le escribiera un WhatsApp para corroborarla.

Una vez leído no había ninguna duda. Presa de la ira, vestida con un picardías de encaje negro, regresó a la cocina, colocó con arrebato el ramo de flores en la amasadora eléctrica y lo convirtió en papilla. Descalza atravesó el jardín, sin apenas notar la gélida noche de invierno y esparció el abono floral en el camposanto. Dos semanas más tarde la red velvet regresó a casa. Encima de la caja que le entregó el repartidor había un timbre que decía: address unknown. Cuando abrió el paquete, una cara regordeta, sonriente y de color fucsia salió, entre la descompuesta masa de terciopelo rojo, a saludarla. Violeta enterró el cuerpo, vivo. En la leyenda de la pequeña lápida se podía leer: gusano.

Moon Oliver