¡Clinc, clinc!, hacía el dado rebotando dentro del cubilete. Adán lo agitaba de forma rutinaria con la mirada fija en la pantalla; era  el único ruido que rompía el silencio de la sala. La noche había dejado las estrellas fuera de la zona de control. Era el ama del aburrimiento habitaba entre las cuatro paredes del habitáculo.

La computadora, preprogramada, dibujaba cuadrícula a cuadrícula la zona A1: primera planta, zona B2: segunda planta, y así sucesivamente. Algunos estacionamientos dormían solos, otros acompañados de coches de diferentes marcas, tamaños y colores, nuevos y viejos: vehículos dejados en custodia por sus propietarios. El trabajo de Adán consistía en mantener el orden y el silencio; la soledad del rectángulo A126 o la compañía del C72. Para facilitarle la labor, la pantalla saltaba de parcela en parcela de forma automática. Cada dos horas una ronda, un baile con la dama de negro, al compás del eco musical de sus pasos.

Adán, con el parking bajo control, podía regresar al cuartucho y gozar de su mejor momento. ¡Por fin podía jugar con el cubilete y el dado! Las manos temblorosas iniciaron la ceremonia de planchar el papel arrugado que salió de su bolsillo. Unos segundos más tarde, pegadas en la pantalla del ordenador, seis recuadros con foto de mujer esperaban su turno. La actividad dentro del cubilete se volvió frenética: ¡Clinc, clinc! Caído encima de la mesa, el dado danzaba el baile de la fortuna. La atenta mirada de Adán esperaba con desasosiego la pausa que le había de revelar el pistoletazo de salida: ¡el 2! El dedo rastreó el organigrama que cubría la pantalla del ordenador hasta encontrar el espacio ocupado por: 2/M35BSP (morena, 35 años, bailar, Sonia, peluquera). Con el WhatsApp a la vista, tecleó las primeras palabras:

—Buenas noches…

Esperó unos segundos y al no obtener respuesta repitió la misma operación: el 4/C50SOD (Castaña, 50 años, senderismo, Olga, dependienta). Y envió el mismo mensaje, sin darse cuenta de que ella tenía el móvil apagado; repitió la operación cinco veces más. ¡Nada! Parecía que el azar no le era favorable, aquella noche. Adán se balanceaba, inquieto en la silla; la jornada sería larga y dura. Para ahuyentar la mala suerte frotó el dado con las dos manos y sopló suavemente antes de tirarlo de nuevo: ¡el 6! 6/R40NAF (rubia, 40 años, natación, Amaya, fisioterapeuta). Esta vez los besucones corazones se hicieron esperar sólo unos minutos. Por fin Adán obtuvo la respuesta anhelada.

—      Buenas noches! ¿Trabajando? —respondió Amaya.

Después de visualizar el mensaje, Adán contestó entusiasmado.

  • ¿Cómo estás, mi bella?
  • Contenta de hablar contigo.
  • Los minutos que tardaste en contestar se me hicieron eternos.
  • Ya me había desmaquillado, ¿sabes?
  • ¿Un retoque sólo para mí? Dime, ¿llevas el pijama puesto?

Un segundo de silencio se cruzó entre ambos.

  • No.
  • Sin ropa, entonces…
  • Deja que lo adivine: ¿lencería fina? Y si pensamos en un face to..
  • Sí y no —le interrumpió ella sin dejarle terminar la frase.
  • Me gustaría tanto estar a tu lado… Que difícil lo tenemos, yo trabajando de noche y tú de día. Sin saber cuándo podremos conocernos.  ¿Por qué no me envías un selfie?
  • No sé.
  • ¡Por favor! ¡Qué menos!

Clic, una, clic dos, clic tres, clic cuatro fotos. Mientras Amaya la escogía, Adán ocupaba el tiempo vacuo acariciando el dado que seguía mostrando el 6/R4ONAF encima de la mesa. Hasta que el aviso de WhatsApp le indicó la entrada de la foto.

  • Cariño, acaba de llegar, espero que no se corte la llamada mientras contemplo tu hermosura.
  • No te preocupes, si sucede te llamo yo, ¿vale?
  • ¿Sigues aquí, Amaya?
  • Sí.
  • Me gustaría tanto apartar con mis manos el tirante y dejar al descubierto uno de tus hermosos pechos. ¿Por qué no lo haces tú por mí?

Amaya, cobijada por la invisibilidad, deslizó suavemente el tirante.

  • Si rozas tus senos por mí, cerraré los ojos y podré sentir que soy yo quien acaricia la seda de tu piel. Y sin sonrojarte, que conmigo no tienes por qué. Me siento tan cerca de ti como si te conociera de toda la vida.

Amaya se dejó llevar emocionada, por la ilusión de un encuentro real. Muy pronto, muy pronto; él se lo había prometido.

  • Estoy sembrando de besos la imagen que me has enviado. Es mi mano la que descubre la belleza de tu cuerpo escondida debajo del encaje. No dejes de acariciarte, por favor, no lo hagas…

De repente, la alarma en el parking F69.

  • Amaya, cariño, el trabajo, ya sabes tengo que dejarte.

Adán cortó la conversación en seco. Arrancando el papel clandestino de la pantalla del ordenador, centró la imagen en F69. Nada a destacar. El estruendo de la alarma hacía temblar incluso las motas de polvo, así que la desconectó. Era necesaria una inspección de emergencia. Caminaba con dificultad; la pasión que le acaba de suscitar Amaya se lo impedía. Tras el reconocimiento, Adán resumió mentalmente el parte de incidencias que escribiría de regreso al puesto de control: «El ratón que paseaba encima del capó del BMV rojo matrícula WW6969, cuando me personé en el lugar de los hechos, fue el causante de la falsa alarma». Deshizo el camino preguntándose con qué número le obsequiaría la próxima tirada del dado de la fortuna.

Mientras, Eva, azafata de vuelo, tumbada en el asiento de detrás del BMV rojo, jugaba con su cubilete. ¡Clinc, clinc! «¿Quien será, será? Vaya nochecita llevo, nadie responde», se decía a sí misma, mirando como el dado titubeaba.  Disipada la duda, Eva, con el móvil en la mano, sonreía: «¡Anda!, le ha tocado otra vez a»: 2/MA45JMGS (moreno, Adán, 45 años, juegos de mesa, guardia de seguridad). «Espero que ahora esté disponible», pensó, antes de enviar un emoticono sediento de amor.

Moon Oliver