Quejarse forma parte de las manifestaciones que crea nuestra alma y nuestra forma de opinar. Nos quejamos por el tiempo, por el salario mínimo, por las caravanas, por la comida mal hecha, por el ruido, etc. ¿Pero son quejas verdaderamente fundadas? A que nos basamos para quejarnos. ¿Tenemos realmente los argumentos necesarios como para quejarnos?

Crítica al primer mundo

Por supuesto que algunas quejas tienen un peso específico y muy importante, pero otras no tienen el menor sentido y hacen que su existencia sea nula. Las quejas en nuestro mundo son un hazmerreír en los países desamparados.

Hay gente a la que su sueldo le permite vivir cómodamente. Por otra parte, también hay personas que no corren la misma suerte, pero en general podemos decir que vivimos, dentro de lo que cabe, bien. Algunas excepciones son muy críticas, y sin lugar a dudas, deplorables. Pero echemos un vistazo, no al bolsillo ni a las cuentas corrientes que pueda tener cada cual, sino al comportamiento y a la manera de actuar de nuestro primer mundo.

En ocasiones, los humanos tendemos a quejarnos de alguna cosa, y eso podría ser normal ya que al fin y al cabo tenemos nuestras inquietudes e incomprensiones, y muchas veces debemos manifestarlo de alguna manera, pero a veces no sabemos la importancia de las cosas, y muchas veces tampoco le damos el valor que le corresponde a todo lo que nos rodea.

Así pues, nos convertimos en seres descontentos por naturaleza y a veces no nos damos cuenta, o no nos queremos enterar, de la cantidad de pobreza que hay por el mundo y la precariedad absoluta que reina en muchas regiones y en muchas familias.

Vale la pena hacer esta clase de reflexiones, y tal vez al crearlas, podamos comprender que la gran mayoría de las ocasiones discutimos y nos quejamos por nimiedades.

Demos un claro ejemplo: Los niños en el tercer mundo, uno de los grupos más afectados sin duda, trabajan durante horas en túneles estrechos y sin ventilación mientras arrastran pesos elevados. Están expuestos a sufrir múltiples accidentes e incluso a morir por la causa de algún derrumbamiento, cómo también de alguna explosión o de alguna substancia tóxica. La gran mayoría de los niños trabajan para extraer oro, diamantes, metales preciosos, gemas, rocas, carbón y otros materiales en países como Filipinas, Bolivia y Tanzania. A veces trabajan a 90 metros bajo tierra y suben y bajan gracias a estar sostenidos por cuerdas. Los niños ya están acostumbrados a colocar explosivos para las detonaciones bajo tierra.

Sin duda alguna el problema es muy serio. Para que alguna mujer pueda lucir alguna joya o algún anillo con algún diamante, hay un niño con unas condiciones pésimas de trabajo que tiene que extraerlo. ¿Pensando sobre eso, se arreglaría el problema? Desgraciadamente no. Pero somos seres pensantes y magníficos que podemos reflexionar sobre este tema, como en muchos otros. Podemos tener nuestro buen juicio sobre lo que nos rodea, y también podemos contribuir a que la injusticia en el mundo vaya menguando día a día. Aunque sin lugar a dudas, no es nada fácil.

Mientras alguien en el primer mundo no puede ir a la playa, o de camping o de excursión por el simple hecho de que llueva, algunas personas luchan por su vida cada día. Y aunque les llueva deben ir a trabajar para pagar un sustento que debe ser el responsable de alimentar diez bocas. Sin duda alguna, esto es una crítica al comportamiento egoísta del primer mundo y al carácter de éste que juega un papel egocéntrico en muchas ocasiones.

Que todo el mundo sepa, que el tercer mundo también existe.