Primero de todo, vamos a ver para qué nos sirve esto de preocuparnos: La preocupación aparece cuando intentamos resolver un problema y queremos marcar una estrategia para afrontarlo. En el momento que lo detectamos ponemos en marcha de forma inmediata este mecanismo de afrontamiento. El pensamiento nos permite imaginarnos en aquella situación, simular nuestro comportamiento futuro y prever sus consecuencias.


Así pues, la preocupación representa el proceso cognitivo que tiene como objetivo buscar y encontrar la actuación más adecuada para resolver el problema. Por tanto, es necesario que exista para nuestra propia supervivencia.

La parte más difícil es que cuando nos preocupamos, aparece inevitablemente la ansiedad.

Nuestro cuerpo se activa para hacer frente a una supuesta amenaza (luchando o huyendo). A veces no podemos parar de pensar en los eventos que nos afectan y cada vez que pensamos nuestro cuerpo reacciona como si el evento realmente estuviera sucediendo o como si debiera de ocurrir, y cuanto más pensamos en estos eventos, peor nos sentimos. De tal manera que aunque no esté pasando nada en este preciso momento, para nuestra mente es como si estuviésemos ante dicha situación y la forma en que nos sentimos está siendo influenciada por algo que no existe o que no está pasando.

Sentirse bien empieza por limitar las preocupaciones
Sentirse bien empieza por limitar las preocupaciones

En muchos casos, nos preocupamos por algo del pasado cuando no podemos hacer nada para resolverlo, pero en nuestra mente no paran de llegar frases como: “debería haber hecho tal cosa” o “ahora actuaría así” o “diría esto”; sintiéndonos de nuevo con cierta angustia por algo que ya forma parte del pasado y que no puede cambiar.

Algunas personas se preocupan de sucesos futuros con baja probabilidad y lo hacen de forma continuada. Como no suele acabar pasando lo que les preocupa, terminan creyendo que el hecho de preocuparse les ha ayudado a evitar que ocurra. Y caen en la trampa de preocuparse en exceso, ¡con la angustia que supone! Suelen pensar: “¿y si…?”; pero a la vez, gastan tanta energía en estas preocupaciones de baja probabilidad, que dejan de enfrentarse a las preocupaciones reales amenazadoras.

Hay dos  tipos de preocupaciones, la preocupación racional o productiva y la preocupación  irracional o improductiva.

Limitar las preocupaciones
Limitar las preocupaciones

La preocupación racional o productiva es la que nos ayuda a afrontar un problema. Es aquella en la que la persona afronta los diferentes acontecimientos de la vida con normalidad y cuantificando de manera adecuada sus límites de la preocupación. Por ejemplo, si tenemos una peca en el cuerpo que al cabo de un tiempo cambia de color o presenta un aspecto diferente de lo normal, pedimos hora al médico e intentamos solucionar los posibles efectos de esta preocupación.

Pero cuando la persona no acaba encontrando una solución del todo satisfactoria aparece en muchas ocasiones la preocupación irracional o improductiva, es decir, aquella que no nos ayuda en encontrar la solución al problema sino que nos la dificulta con muchas preocupaciones añadidas sin fundamentos realmente “probables”, muchas veces empiezan por “seguro que…”, “si pasa esto será terrible”, “es una catástrofe si…”, “¿y si….?” que nos pueden bloquear y por tanto no nos deja ocuparnos adecuadamente de ello por el miedo que nos supone.

Es importante recordar que el hecho de preocuparse de manera irracional se convierte en un hábito. Un hábito es algo que se repite de forma involuntaria después de haberlo practicado mucho. En cuanto este hábito lo hemos incorporado a nuestra vida, la activación de los niveles de ansiedad  se disparan de manera rápida, lo que, a largo plazo, conlleva que la persona pueda sufrir un estado de ansiedad generalizada.

¿Qué podemos hacer con la preocupación irracional o improductiva?

Sentirse bien empieza por limitar las preocupaciones

Lo primero que hay que saber es que igual que se ha convertido en un hábito, esto se puede cambiar y dejar de serlo, aquí os dejo unas estrategias para limitar las preocupaciones irracionales o improductivas para evitar, así, sufrir ansiedad en exceso.

Para reducir las preocupaciones o los pensamientos negativos activadores de señales de alarma en nuestro cerebro, podemos aplicar estas estrategias:

  • Identificar si las preocupaciones que tenemos son productivas o improductivas (estas últimas normalmente tienden a estar exageradas y predicen grandes catástrofes realmente poco probables).
  • Aceptar la preocupación como un proceso normal que nos ayuda a no ser unos irresponsables.
  • Dedicar un tiempo limitado a preocuparnos y tratar de pasar a “ocuparnos” de la situación manteniendo la calma.
  • Analizar los pensamientos y creencias erróneas referidas a la preocupación y a nuestro comportamiento.
  • Calcular la probabilidad real que pase lo que nos preocupa.
  • Hablar con una persona de nuestra confianza que sepamos que sabe sobrellevar muy bien los problemas para que nos ayude a enfocar la situación de la mejor manera.
Sentirse bien empieza por limitar las preocupaciones
Sentirse bien empieza por limitar las preocupaciones

Para acabar, ¿Te has sentido identificado en cómo enfocas las preocupaciones?

¿Crees que has podido aprender un poco más sobre ellas, cómo limitarlas y poder así hacerlas frente y sentirte mejor? ¡Recuerda distinguir bien las preocupaciones racionales de las irracionales!

Júlia Araujo Guerrero Psicóloga colegiada número 21877

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