Si bien la vida es un derecho, ¿serviría ese mismo derecho para finiquitarla?

Cuando por culpa de una enfermedad las agonías y sufrimientos son insoportables la vida puede tener un valor insignificante ya que aferrase a ella conlleva una prolongación de aquello por lo cual no merece la pena vivir. ¿Sería la eutanasia la respuesta más eficaz para terminar con todas esas vidas agonizantes? La legalización de esta aún está haciendo su camino.

Derecho a vivir. ¿Derecho a morir?

Derecho a vivir. ¿Derecho a morir?

La vida es uno de los derechos humanos fundamentales y nuestro bien más preciado. Poseer la vida es poseerlo todo porque sin ella no tendríamos absolutamente nada. Pero la vida bien vivida es algo que sí que forma parte de cada uno y va en base de la suerte de cada uno, o de los esfuerzos de cada uno para vivirla bien. ¿Pero vale la pena sufrir por ella cuando se avecina el final? ¿Porqué no terminar con ella y hacer de la vida algo sublime dónde en ella no se conozca el dolor prolongado?

Es aquí donde entra en escena la eutanasia, una palabra que no resulta demasiado atractiva para algunas leyes ni para algunos sectores de la medicina, pero que sin duda alguna es la respuesta y la gran defensora de las muertes dignas y de la eliminación de agonías desgraciadamente prolongadas. La eutanasia se entiende por el hecho de provocar la muerte para beneficio de la persona.

El problema de la eutanasia se ha visto como un conflicto entre la vida como un valor en sí o un valor subordinado a ciertas condiciones mínimas de bienestar como la calidad de vida, una vida digna o una vida humana, es decir, entre lo que podría llamarse el valor absoluto de la vida o valor subordinado de la vida. Asimismo, también se le ha planteado como un conflicto entre el derecho a la vida y el derecho a la libre decisión. Así pues, para resolver estas dualidades es necesario plantearse dos preguntas: ¿Es la vida siempre un bien? y ¿Es la muerte siempre un mal?

Cuando uno se refiere a vivir, indudablemente va juntamente explícito el derecho a decidir. Una vida está llena cuando se la impregna de libertad. Una libertad para decidir con lo que hacer en el tiempo que cada uno tenemos y en el espacio dónde nuestras capacidades puedan llegar. Así pues se puede proponer que el supuesto valor absoluto de vivir depende de que exista el valor de elegir. Una vida sin libertad no es digna, y en este sentido, sería considerar a nuestra capacidad de decidir como un valor absoluto que determina la vida humana.

Una noticia redactada por el diario El País afirmaba que un 1% de los enfermos terminales -incluidos los que están bien atendidos en unidades de cuidados paliativos-, lo que supone alrededor de 2.000 personas, pide cada año a sus médicos que le aplique la eutanasia. Es imposible saber a ciencia cierta cuántas personas representan ese 1%, pero sí que se puede hacer una aproximación. En 2007, murieron en España 385.361 personas, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. De ellas, aproximadamente unas 100.000 lo hicieron por accidentes, infartos y otras patologías que se pueden asociar a una muerte rápida, sin agonía o con una muy corta. En un cálculo conservador, eso quiere decir que alrededor de 2.000 personas murieron en 2007 pensando que les hubiera gustado que alguien aliviara de una manera drástica su sufrimiento, algo que es, en estos momentos, ilegal. En Holanda, dónde viven menos de la mitad de habitantes que en España, la piden unas 1.800 personas al año. La respuesta de los médicos fue que su trabajo es quitar los condicionantes de la petición de eutanasia.

Así pues el problema está sobre la mesa, y hace muchos años que lo está. El derecho a la vida es fundamental ¿pero el derecho a la muerte? Un derecho a la muerte cuando la vida solo nos muestra sufrimiento físico e indignidad aplastantes.

La vida no siempre es un bien y la muerte no siempre es un mal.